7 de febrero de 2013

El efecto Eco, o por qué mi biblioteca es tan mala

Tengo un montón de libros en casa (para la media nacional, se entiende), más muchos otros de los que me he ido desprendiendo de una manera u otra a lo largo de los años. Una de las cosas que he agradecido del e-reader, que tengo desde hace unos tres años, es que eso me ha permitido mantener mis estantes por debajo de su límite de tolerancia al peso (no quería pasar por tener los libros apilados en el suelo), gracias a que han disminuido notablemente mis compras de libros en papel.
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Pero, a pesar de la no desdeñable magnitud de mi biblioteca, siempre he estado bastante insatisfecho con su contenido. No está del todo mal una cierta colección de obras clásicas de filosofía (de los presocráticos a Wittgenstein), que fui juntando desde mis tiempos de estudiante a los de profesor de secundaria. Pero echando un vistazo a la mayor parte de los títulos que se acumulan en mis estanterías, por lo general no puedo evitar arrepentirme de haber comprado la mayoría de esas obras. Una de las principales razones es el hecho de que los mejores libros que he solido leer de cada autor, los leí porque alguien me los prestó, o porque lo saqué de una biblioteca, y, encantado con la experiencia, después compré algunas obras más de esos autores... sólo para descubrir que esas otras obras eran mucho peores que la primera que había leído. Yo lo llamo el efecto Eco, pero me ha pasado con muchos más escritores. En algunos casos (como el de El nombre de la rosa, o El señor de los anillos, o La historia interminable), acabé comprando esos primeros libros que tanto me habían gustado, y poniéndolos al lado de sus magras secuelas que, en cambio, me gustaron bastante menos, cuando no me aburrieron. La mayor parte de las veces, sólo las compré  por el placer de poseerlas, pues creo que no volví a leer casi ninguna de ellas.
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Muchos otros libros uno los compra un poco compulsivamente, sin reflexionar, como puedes entrar al cine a ver una película sin saber muy bien de qué va, sólo porque la cartelera te llama la atención. Tal vez incluso el libro me haya gustado en su momento, como puede pasar con la películas, pero el caso es que al cabo de los años no sabes muy bien qué haces con ese libro en tu casa; es una especie de ser extraño que ha permanecido agazapado, viendo pasar el tiempo, y sumergiéndose en un mar de olvido e irrelevancia. Como mucho, el libro se limita a recordarme qué pésimo gusto y criterio tenía yo hace la tira de años.
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La mística del libro en papel como elemento de una especie de culto laico, o al menos como una forma de construcción de la propia imagen, creo cada vez con más intensidad que es algo excesivamente sobrevalorado. La idea del libro en papel como una especie de tesoro que legar, como parte de nosotros mismos, a nuestros herederos, se me desmonta cada vez que pienso en los montones y montones de libros viejos, pésimas ediciones y en general títulos infumables, que acaban irremediable y justamente en la basura un día tras otro, quebradizos, descuajaringados y amarillentos. Bienvenido sea el libro electrónico por, al menos, liberarnos un poco de este tipo de angustias.
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Por cierto, ¿qué autores son los que os han hecho lamentar más a vosotros el "efecto Eco"?

9 comentarios:

  1. Todo igualito que lo que me pasa a mi con mis libros.
    Y encima lo de procurar que no se desborden ni amontonen ni estén en dos filas... y las dicusiones sobre el asunto.

    Encima otra pega: quieres buscar o confirmar una cita que leíste, sabes más o menos donde, pero no hay manera de encontrarla: acabas buscándola en Google.
    O te encuentras un libro anotado por ti hace mucho, que teóricamente debería dar mucho gustirrín: a mi no me da ninguno, me parece que o las notas las escribió algún idiota, o ya no se pueden leer, porque claro, anotar con boli es un sacrilegio y tal.

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  2. A mí me está costando muchísimo cambiar el chip y acostumbrarme al libro digital, pero es innegable la ventaja que supone en cuanto a ahorro de espacio y facilidad de búsqueda de términos, citas, etc.
    Me estoy deshaciendo de muchos libros que había atesorado durante años, pensando en que alguna vez los releería yo o lo harían mis hijos, pero siendo realistas, apenas releo un pequeño porcentaje de ellos, y además lo podría hacer igualmente en versión electrónica. Y en cuanto a la posibilidad de que los lean mis hijos cuando crezcan, posiblemente para entonces les parezcan unas reliquias destinadas a acumular polvo y sólo leeran en dispositivos electrónicos.

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  3. Estoy de acuerdo. Y yo tengo desde hace mucho, una buena cantidad de montañas de libros por el suelo. Un buen amigo de la carrera -pero que no la acabó en parte por lo que cuento ahora- tenía esta manía de acumular libros un poco más por encima de la media que la de personas ya algo desequilibradas en este sentido como tú y yo (si me permites). Lo suyo era un problema grave que rozaba lo patológico y llegó a recibir tratamiento psiquiátrico por ello. Cuando tenía algo de dinero lo gastaba en ediciones caras de cosas tan variopintas como San Agustin, Fichte o la filosofía de Lakatos. Acababa teniendo problemas de dinero y su madre -quien por entonces se fue a vivir con él- se ponía a registrarlo cuando llegaba a casa por si había comprado libros. Esto es verídico. Y yo no me considero ni mejor ni peor, sólo con una chispirritina más de autocontrol que me ha dado el cielo.
    A todo esto, es bastante indignante que Amazon haya instaurado el sistema de "one click buy" (compra con un click) para sus libros electronicos. Psicologicamente es una trampa que empuja al consumo compulsivo y que en sí misma potencia el "efecto Eco" del que hablas.

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  4. Pues no estoy de acuerdo. Al menos no es mi caso. En primer lugar, el libro impreso lo podrás leer mientras tengas ojos y haya luz. Si se te cae al suelo, lo recoges y punto. Aparte del placer de manipular un objeto físico y no virtual, que puedes "tirar" tranquilamente sobre la mesa o dejarlo en casi cualquier parte sin temor de que se estropee demasiado, no dependes del estado de las baterías ni de fallos informáticos, siempre posibles. Decía Borges que nunca había visto una cuchara ni una escalera "rebelarse" contra quien las usa, lo que no puede decirse de un dispositivo tecnológico (un ascensor o una escalera automática)... Si pierdes o rompes el dispositivo electrónico, posiblemente pierdas un montón de libros de una sola vez (aunque sea "relativamente" fácil reponerlo)... Y si necesitas trabajar al mismo tiempo en varios textos, puedes tener abiertos frente a ti todos los que quieras en vez de ir en constante correteo dentro del limitado espacio de las evanescentes páginas electrónicas... No niego la utilidad del libro electrónico, pero todo tiene sus inconvenientes y limitaciones. Por razones científico-estructurales de la experiencia, no existe, ni creo que pueda existir, algo que sólo tenga ventajas.
    En cuanto a la acumulación de libros "inútiles", es muy fácil deshacerse de ellos. Desde que empecé a comprar libros, siendo apenas un adolescente hace ya mucho tiempo, nunca he conservado los que no me interesaban. Entre sucesivas compras, mejoras, regalos y donaciones, ha ido quedando en mi biblioteca un núcleo selecto que, al menos para mí, es fuente de gran satisfacción. Libros que han pasado –hasta ahora– la prueba de la comparación, de la actualización..., en una palabra, del tiempo. Hasta ahora, al menos, porque nada es permanente. O quizás sí.

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  5. Yo los he regalado casi todos. Solo me quedan tres cajas y en cuanto encuentro un título en versión electrónica (pirata sin complejos), regalo la copia en papel. Y lo mismo me pasa con todo lo demás. Si no uso algo, no lo quiero en mi casa. Ya casi no me quedan cosas.

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  6. Roberto:
    no creo decir nada que contradiga lo que dices tú.
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    Gracias a todos los demás.

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    1. Eso depende de la lectura –o la relectura– que hagas...

      :)

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  7. Mi particular "efecto eco" viene agravado por el hecho de que, cuando leo un buen libro, en seguida me dan ganas de regalárselo o dejárselo a alguien. Pero, con mi poca memoria, casi todos los préstamos acaban siendo también regalos. En la estantería, solo se quedan los malos o los que me dejaron indiferente.

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