31 de octubre de 2007

EL POSITIVISMO ES UN HUMANISMO (CONCLUSIÓN)


Finalmente, es la quinta crítica la que más ha contribuido a que la popularidad del positivismo sea tan exigua, pues lo muestra como una concepción radicalmente antihumanista. Como queda claro por el título de este trabajo, creo que debemos oponernos radicalmente a tan desatinada conclusión. El positivismo afirma que las experiencias y los razonamientos intersubjetivos son las únicas guías que poseemos para garantizar la validez epistémica de nuestras opiniones (y esto sólo en los casos en los que tales métodos consiguen funcionar de manera mínimamente satisfactoria), pero no niega en modo alguno que otros aspectos y valores de la vida humana sean tan importantes como ese tipo de validez. Más bien al contrario: la razón fundamental por la que deseamos tener creencias objetivamente verdaderas (sobre todo respecto a la predicción de los acontecimientos que puedan afectarnos en el futuro) es, obviamente, porque valoramos ciertas cosas y porque el conocimiento objetivo es un medio eficaz para conseguir muchas de ellas. Un mundo de seres fríos, robotizados, que sólo poseyeran la capacidad de observar, calcular y predecir, pero no la de amar, odiar, imaginar, desear, temer o entusiasmarse, sería un mundo en el que a nadie le interesaría hacer observaciones, predicciones o cálculos: el positivismo sólo muestra su profundo sentido dentro un universo infestado de valores "no científicos".

Es obvio que acerca de todos estos valores también podemos razonar, imaginar, discutir y negociar: casi no hacemos otra cosa a lo largo de nuestra vida. Pero el mensaje del positivismo es que, por muy importantes que sean para nosotros las actitudes y opiniones que resultan de este comercio cotidiano con los demás (¡y lo son!), y por muy enraizados que estén ciertos valores y creencias en lo más hondo de nuestro ser, nada garantiza que podamos tomar todo ello como verdades objetivas, como efectivamente pueden serlo la tabla de multiplicar, las leyes de Mendel, las ecuaciones del campo electromagnético, o la tabla periódica de los elementos.

De hecho, sólo hemos conseguido obtener conocimientos razonablemente válidos sobre ciertos temas cuando hemos renunciado a que nuestras opiniones sobre ellos dependan de su coherencia con nuestro hirviente imaginario místico-social, y hemos aceptado, en cambio, el tribunal de la razón y la experiencia como instancia suprema. Las historias en las que predomina de un modo u otro este hervidero de creencias y valores son, por supuesto, las que más siguen interesándonos, pero esto no debe llevarnos a la conclusión de que tales historias (o "relatos", o "mitos", como algunos filósofos prefieren llamarlos) sean algo más que eso.

Los viejos positivistas soñaron con que, si bien no eliminar tales historias, tal vez sí que podríamos sustituirlas o refinarlas mediante ideas propiamente científicas (como la sociología y la "religión de la humanidad", en el caso de Comte, o la psicología y la sociología "fisicalistas" del Círculo de Viena). Tras varias décadas de intentos más o menos vanos en este sentido, me parece en cambio más razonable la conclusión de que todos aquellos aspectos de la realidad de los que esas historias forman parte constitutiva (es decir, las estructuras e ideologías sociales, las creencias éticas y religiosas, la economía, las artes, etcétera) están demasiado entretejidos con ellas como para que podamos alcanzar un conocimiento tan "científico" sobre esos temas como el que poseemos en la electrónica, la química o la biología.

De todas formas, en vez de "eliminar la metafísica" y de sustituir las Geisteswissenschaften por puritanos estudios que imiten el método de las ciencias experimentales, lo que sugiere nuestro positivismo reflexivo es que sigamos disfrutando con la creación y discusión de teorías especulativas sobre estos temas sociales, éticos y culturales, a sabiendas de que, en la inmensa mayoría de los casos, dichas teorías deberemos tomarlas como puras obras de arte. Eso sí, como en el resto de las artes, es lógico esperar que en las "ciencias humanas" las obras maestras sean relativamente escasas, pero incluso las piezas más extraordinarias deberán indicar en su etiqueta que, aunque uno disfrute leyéndolas y perciba las cosas con otro colorido tras hacerlo, hay poca cosa en ellas que sugiera razonablemente que lo que dicen sea verdad, al menos cuando pretenden ir un paso más lejos que el sentido común. El auténtico valor de estas obras es, más bien, su irreductible disparidad y subjetividad, su irremediable no llegar a ninguna parte después de miles de argumentos. Esto hace de ellas la imagen misma de nuestra propia vida, de esta vida que la actitud positivista ha enriquecido de otra manera al ayudarnos a alcanzar, en no desdeñable medida, conocimientos plenamente objetivos sobre otros temas en general menos transcendentes.

4 comentarios:

  1. Lo que me pregunto, después de leer este resumen (inteligente) del positivismo lógico como el ogro bondadoso, es en qué se diferencia, finalmente, de un empirismo o un pragmatismo tout court, aparte de que lleva ropa más solemne (o sea, va de toga universitaria en lugar de taparrabos).
    Como mis conocimientos academicos sobre etiquetado y aditivos filosóficos son los de un consumidor, no los del fabricante homologado, quizá esta pregunta peque de ingenua. Pecado que cometo habitualmente, y que ruego me disculpe...

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  2. Pues, efectivamente, no creo que se diferencien gran cosa. De hecho, el propio positivismo lógico fue llamado también "empirismo lógico".
    Eso sí, autodenominados "empiristas" y "pragmatistas" (yo me incluiría) también van de toga. Aunque a mí personalmente, más que con el taparrabos, los identificaría con el mono (de trabajo).
    Un saludo

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  3. A veces me pregunto si somos conscientes de que en nuestro análisis de la realidad, olvidamos con frecuencia que somos parte de esa realidad, y de las limitaciones de un cerebro fruto de una coevolución con el entorno vital.
    Nos resulta difícil separar lógica y emoción, por lo que necesitamos del método científico para avanzar en el conocimiento. Pero con frecuencia nuestra naturaleza emocional nos traiciona y últimamente se percibe crispación y enrarecimiento en el debate ciencia-religión. Siempre ha resultado mas fácil creer que pensar, juzgar que comprender. Por desgracia la ciencia no es perfecta y tampoco se encuentra a salvo de condicionantes y prejuicios.

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  4. Camino a Gaia:
    no puedo estar más de acuerdo contigo (salvo en lo del "últimamente": SIEMPRE ha habido mogollón de "crispación", sobre unos temas o sobre otros).
    Lo que no entiendo es a cuento de qué lo dices, exactamente.

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